viernes, 4 de mayo de 2012

EL PODER DE LA MÚSICA


Hace algún tiempo decidí no tomarme tan en serio las noticias que nos machacan diariamente porque no me hacen ningún bien, me entristecen y me llevan a un estado anímico nada bueno. Me hunden y me quitan las ganas de todo. Siento una gran impotencia ver cómo nos quitan derechos y libertades con toda tranquilidad, sin que reaccionemos ante ello.
Los medios de comunicación están jugando un papel clave en todo esto, nos saturan de noticias negativas sin ofrecernos ninguna alternativa, no nos muestran ni un mínimo de luz. Hacen un gran trabajo al servicio del poder para deprimir a la ciudadanía, meternos miedo y que así nos quedemos perplejos, estáticos, narcotizados y no luchemos por defender lo que es nuestro, de todos.

Bien, como he dicho al principio, decidí no tomarme tan en serio todo esto, lo he conseguido durante un tiempo y me sentó bastante bien, pero mi inquietud, mi querer saberlo todo, mi curiosidad hacen que al final me empape de demasiadas cosas. Pero sí hay algo que estoy consiguiendo, prestar más atención y buscar aquellas noticias positivas o al menos diferentes, que no hablen de recortes, represión, economía o política. Estas noticias no son otras que las musicales, las culturales que me gustan más, me alimentan y nutren. Cuando mi mente llega a un estado de saturación extremo, de tristeza profunda, cierro todas las páginas de actualidad política y me pongo música, esto sí me hace bien, me aislo de todo, cierro los ojos y disfruto de ese maravilloso sonido.

La música tiene un efecto muy poderoso en los humanos, inexplicable, nos hace sentir cosas diferentes, tristeza, alegría, euforia, reflexión... No sólo en aquellos que disfrutamos escuchándola, si no también en aquellos que la crean y la interpretan. Esto me lleva a recordar un artículo que leí el otro día de Elvira Lindo sobre una mujer, Marjorie Elliot, que había perdido a su hijo un domingo hace ya veinte años y que para sobrellevar este trágico suceso, Marjorie, pianista, decidió sentarse todos los domingos a las cuatro de la tarde en su piano y tocar. Abriendo las puertas de su casa de par en par para todo aquel que quisiera unirse. Con ello ha conseguido que su casa esté repleta de gente todos los domingos deseando asistir y disfrutar de la música que sale de sus dedos y de los que la acompañan. Es muy difícil o imposible superar la muerte de un ser querido, mucho menos de un hijo, pero a esta señora la música la ha ayudado a seguir adelante, y no solo eso, sino que también ha ayudado a todo aquel que se acerca a escucharla.


De otra forma, por supuesto, y sin pretender compararme con Marjorie porque sería absurdo y egoísta, a mí también me salva la música. Tiene un poder que ningún otro arte por maravilloso que sea consigue. De hecho, es el último recuerdo que perdemos, si es que lo hacemos, cuando nuestra mente enferma y dejamos de ser nosotros. La música nunca se borra de nuestro subconsciente.

En mi caso es algo necesario para vivir, no concibo un día sin ella, además, como ya he dicho, es mi válvula de escape, mi droga para anestesiarme y no hundirme del todo. Me hace ver y darme cuenta que la vida es algo más de lo que nos quieren hacer creer y que el ser humano no puede ser tan malo si es capaz de crear algo tan extraordinario como es la música.

Gente como esta anciana mujer, nos deben y pueden enseñar a valorar las cosas, otras cosas. Buscar y aferrarnos a aquello que nos haga bien, que nos haga más humildes, mejor persona y ayude a la gente que tenemos a nuestro alrededor.

Como siempre me dice mi compañero, amigo y hermano, la revolución empieza por uno mismo, por mejorar y cambiar nosotros, y así poder ayudar a aquellos que tenemos más cerca, ese es el principio para hacer de este, nuestro mundo, un lugar mejor. Eso es lo que ha hecho Marjorie, pretendiéndolo o no. Y a mí la música sobre todo, me ayuda a mejorar, aprender, sentir, conocerme y compartir.